LIBRO SEGUNDO DE LA IMITACIÓN DE CRISTO DE TOMÁS DE KEMPIS… EXHORTACIÓN A LA VIDA INTERIOR… DE LA CONVERSACIÓN INTERIOR

 





Libro Segundo

EXHORTACIÓN A LA VIDA INTERIOR

Capítulo 1

De la conversación interior







1. Dice el Señor: "El reino de Dios dentro de vosotros está" (Lc 17,21). Conviértete a Dios de todo corazón, y deja ese miserable mundo, y hallará tu alma reposo.
Aprende a menospreciar las cosas exteriores y darte a las interiores, y verás que se viene a ti el reino de Dios.
Pues "el reino de Dios es paz y gozo en el Espíritu Santo" (Rom 14,16), que no se da a los malos.
Si le preparas digna morada interiormente, Cristo, vendrá a ti y te mostrará su consolación.
"Toda su gloria" y hermosura "está en lo interior", y allí se está complaciendo.
Su continua visitación es con el hombre interior, con él habla dulcemente, tiene agradable consolación, mucha paz y admirable familiaridad.

2. Ea, pues, alma fiel, prepara tu corazón a este Esposo, para que se digne venir a ti y morar contigo.
Porque Él dice así: "Si alguno me ama, guardará mi palabra; y vendremos a él, y haremos en él nuestra morada" (Jn 14,23).
Da, pues, lugar a Cristo, y a todo lo demás cierra la puerta.
Si a Cristo tuvieres, estarás rico, y te bastará. Él será tu fiel procurador, y te proveerá de todo, de manera que no tendrás necesidad de esperar en los hombres.
Porque los hombres se mudan fácilmente y desfallecen en breve; pero "Cristo permanece para siempre" (Jn 12,34), y está firme hasta el fin.

3. No hay que poner mucha confianza en el hombre frágil y mortal, aunque sea útil y bien querido; ni has de tomar mucha pena si alguna vez fuere contrario o enemigo.
Los que hoy son contigo, mañana te pueden contradecir, y al contrario: muchas veces se vuelven como el viento.
Pon en Dios toda tu esperanza, y sea Él tu temor y tu amor. Él responderá por ti, y lo hará bien, como mejor convenga.
No tienes aquí "domicilio permanente" (Heb 13,14); y donde quiera que estuvieres serás extraño y peregrino; y no tendrás nunca reposo si no estuvieres íntimamente unido con Cristo.

4. ¿Qué miras aquí no siendo este el lugar de tu descanso?
En los cielos debe ser tu morada, y como de paso has de mirar todo lo terrestre.
Todas las cosas pasan, y tú también con ellas. Guárdate de pegarte a ellas, porque no seas preso y perezcas.
En el Altísimo pon tu pensamiento, y tu oración sin cesar sea dirigida a Cristo.
Si no sabes contemplar las cosas altas y celestiales, descansa en la pasión de Cristo, y habita gustosamente en sus sagradas llagas.
Porque si te acoges devotamente a las llagas y preciosas heridas de Jesús, gran consuelo sentirás en la tribulación, y no harás mucho caso de los desprecios de los hombres, y fácilmente sufrirás las palabras de los maldicientes.

5. Cristo fue también en el mundo despreciado de los hombres, y entre grandes afrentas y en suma necesidad, desamparado de amigos y conocidos.
Cristo quiso padecer y ser despreciado, ¿y tú te atreves a quejarte de alguna cosa?
Cristo tuvo adversarios y murmuradores, ¿y tú quieres tener a todos por amigos y bienhechores?
¿Con qué se coronará tu paciencia, si ninguna adversidad se te ofrece?
Si no quieres sufrir ninguna adversidad, ¿cómo serás amigo de Cristo?
Sufre con Cristo y por Cristo si quieres reinar con Cristo.

6. Si una vez entrases perfectamente en el interior de Jesús, y gustases un poco de su encendido amor, entonces no tendrías cuidado de tu propio provecho o daño; antes te holgarías más de las injurias que te hiciesen; porque el amor de Jesús hace al hombre despreciarse a sí mismo.
El amante de Jesús y de la verdad, y el hombre verdaderamente interior y libre de las aficiones desordenadas, se puede volver fácilmente a Dios, y levantarse sobre sí mismo en el espíritu y descansar gozosamente.

7. Aquel a quien saben todas las cosas como son, no como se dicen o estiman, es verdaderamente sabio y enseñado más de Dios que de los hombres.
El que sabe andar dentro de sí y tener en poco las cosas exteriores, no busca lugares ni espera tiempos para darse a ejercicios devotos.
El hombre interior presto se recoge, porque nunca se entrega todo a las cosas exteriores.
No le estorba el trabajo exterior, ni la ocupación necesaria a tiempos; sino que así como suceden las cosas, se acomoda a ellas.
El que está interiormente bien dispuesto y ordenado, no cuida de los hechos famosos y perversos de los hombres.
Tanto se estorba el hombre y se distrae, cuanto atrae a sí las cosas de fuera.

8. Si fueses recto y puro, todo te sucedería bien y con provecho.
Por eso te descontentan y conturban muchas cosas frecuentemente, porque aún no estás muerto a ti del todo, ni apartado de todas las cosas terrenas.
Nada mancilla ni embaraza tanto el corazón del hombre, cuanto el amor desordenado de las criaturas.
Si desprecias las consolaciones de fuera, podrás contemplar las cosas celestiales y gozarte muchas veces dentro de ti.

Capítulo 2

De la humilde sumisión

 1. No te importe mucho quién es por ti o contra ti, sino busca y procura que sea Dios contigo en todo lo que haces.
Ten buena conciencia, y Dios te defenderá.
Al que Dios quiere ayudar, no le podrá dañar la malicia de alguno.
Si sabes callar y sufrir, sin duda verás el favor de Dios.
Él sabe el tiempo y el modo de librarte, y por eso te debes ofrecer a Él.
A Dios pertenece ayudar y librar de toda confusión.
Algunas veces conviene mucho, para guardar mayor humildad, que otros sepan nuestros defectos y los reprendan.

2. Cuando un hombre se humilla por sus defectos, entonces fácilmente aplaca a los otros, y sin dificultad satisface a los que están enojados con él.
Dios defiende y libra al humilde; al humilde ama y consuela; al hombre humilde se inclina; al humilde concede gracia abundante, y después de su abatimiento lo levanta a gran honra; al humilde descubre sus secretos, y lo trae dulcemente a sí y lo convida.
El humilde, recibida la afrenta, está en paz; porque está en Dios y no en el mundo.
No pienses haber aprovechado algo, si no te estimas por el ínfimo de todos.

Capítulo 3

Del hombre bueno y pacífico

 1. Ponte primero a ti en paz, y después podrás apaciguar a los otros.
El hombre pacífico aprovecha más que el muy letrado.
El hombre apasionado, aun el bien convierte en mal, y de ligero cree lo malo.
El hombre bueno y pacífico todas las cosas echa a buena parte.
El que está en buena paz, de ninguno sospecha.
El descontento y alterado, con diversas sospechas se atormenta; ni él sosiega, ni deja descansar a los otros.
Dice muchas veces lo que no debiera, y deja de hacer lo que más le convendría.
Piensa lo que otros deben hacer, y deja él sus obligaciones.
Ten, pues, primero celo contigo, y después podrás tener buen celo con el prójimo.

2. Tú sabes excusar y disimular muy bien tus faltas, y no quieres oír las disculpas ajenas.
Más justo sería que te acusases a ti y excusases a tu hermano.
Sufre al otro, si quieres que te sufran.
Mira cuán lejos estás aún de la verdadera caridad y humildad, la cual no sabe desdeñar y airarse sino contra sí.
No es mucho conversar con los buenos y mansos, pues esto a todos da gusto naturalmente, y cada uno de buena gana tiene paz y ama a los que concuerdan con él.
Pero poder vivir en paz con los duros, perversos y mal acondicionados, y con quien nos contradice, grande gracia es y acción varonil y loable.

3. Hay algunos que tienen paz consigo y también con los otros.
Otros hay que ni la tienen consigo ni la dejan tener a los demás; molestos para los otros, lo son más para sí mismos.
Y hay otros que tienen paz consigo, y trabajan en reducir a la paz a los otros.
Pues toda nuestra paz en esta miserable vida está puesta más en el sufrimiento humilde que en dejar de sentir contrariedades.
El que sabe mejor padecer, tendrá mayor paz. Este es el vencedor de sí mismo y señor del mundo, amigo de Cristo y heredero del cielo.

Capítulo 4

Del corazón puro y sencilla intención

1. Con dos alas se levanta el hombre de las cosas terrenas, que son sencillez y pureza.
La sencillez ha de estar en la intención, y la pureza, en la afición.
La sencillez pone la intención en Dios; la pureza lo abraza y gusta.
Ninguna buena obra te impedirá, si interiormente estuvieres libre de todo desordenado deseo.
Si no piensas ni buscas sino el beneplácito divino y el provecho del prójimo, gozarás de interior libertad.
Si fuese tu corazón recto, entonces te sería toda criatura espejo de vida y libro de santa doctrina.
No hay criatura tan baja ni pequeña que no represente la bondad de Dios.

2. Si tú fueses bueno y puro en lo interior, luego verías y entenderías bien todas las cosas sin impedimento.
El corazón puro penetra al cielo y al infierno.
Cual es cada uno en lo interior, tal juzga lo de fuera.
Si hay gozo en el mundo, el hombre de puro corazón lo posee.
Y si en algún lugar hay tribulación y congojas, es donde habita la mala conciencia.
Así como el hierro, metido en el fuego, pierde el orín y se pone todo resplandeciente, así el hombre que enteramente se convierte a Dios, se desentorpece y muda en nuevo hombre.

3. Cuando el hombre comienza a entibiarse, entonces teme el trabajo, aunque pequeño, y toma con gusto la consolación exterior.
Mas cuando se comienza perfectamente a vencer y andar alentadamente en la carrera de Dios, tiene por ligeras las cosas que primero tenía por pesadas.

Capítulo 5

De la consideración de sí mismo

 1. No debemos confiar de nosotros grandes cosas, porque muchas veces nos falta la gracia y la discreción.
"Poca luz hay" en nosotros (Jn 12,35), y esta presto la perdemos por nuestra negligencia.
Y muchas veces no sentimos cuán ciegos estamos en el alma.
Muchas veces obramos mal, y lo excusamos peor.
A veces nos mueve la pasión, y pensamos que es celo.
Reprendemos en los otros las cosas pequeñas, y tragamos las graves si son nuestras.
Muy presto sentimos y agravamos lo que de otros sufrimos, mas no miramos cuanto molestamos a los otros.
El que bien y rectamente examinare sus obras, no tendrá que juzgar gravemente las ajenas.

2. El hombre recogido antepone el cuidado de sí mismo a todos los cuidados; y el que tiene verdadero cuidado en sí, poco habla de los otros.
Nunca estarás recogido y devoto si no callares las cosas ajenas y especialmente mirares a ti mismo.
Si del todo te ocupas en Dios y en ti, poco te moverá lo que sientes de fuera.
¿Dónde estás cuando no estás contigo?
Y después de haber discurrido por todas las cosas, ¿qué has ganado si de ti te olvidaste?
Si deseas tener paz y unión verdadera, conviene que todo lo pospongas, y tengas a ti sólo delante de tus ojos.

3. Mucho aprovecharás si te guardas libre de todo cuidado temporal.
Muy menguado serás si alguna cosa temporal estimares.
No te parezca cosa alguna alta, ni grande, ni acepta, ni agradable, sino puramente Dios o lo que sea de Dios.
Ten por vana cualquier consolación que te viniere de alguna criatura.
El alma que ama a Dios, desprecia todas las cosas debajo de Dios.
Sólo Dios eterno e inmenso, que todo lo llena, es gozo del alma y alegría verdadera del corazón.

Capítulo 6

De la alegría de la buena conciencia

 1. "La gloria del hombre bueno es el testimonio de la buena conciencia" (2Cor 1,12).
Ten buena conciencia, y siempre tendrás alegría.
La buena conciencia muchas cosas puede sufrir, y muy alegre está en las adversidades.
La mala conciencia siempre está con inquietud y temor.
Suavemente descansarás si tu corazón no te reprende.
No te alegres sino cuando obrares bien.
Los malos nunca tienen alegría verdadera ni sienten paz interior; porque: "No tienen paz los malos" (Is 48,22), dice el Señor.
Y si dijeren: "En paz estamos; no vendrá mal sobre nosotros, ¿y quién se atreverá a ofendernos?", no los creas, porque de repente se levantará la ira de Dios y pararán en nada sus obras, y perecerán sus pensamientos.

2. No es dificultoso al que ama gloriarse en la tribulación; porque gloriarse de esta suerte es gloriarse en la cruz del Señor.
Breve es la gloria que se da y recibe de los hombres. La gloria del mundo siempre va acompañada de tristeza.
La gloria de los buenos está en sus conciencias, y no en la boca de los hombres.
La alegría de los justos es de Dios y en Dios, y su gozo es de la verdad.
El que desea la verdadera y eterna gloria, no hace caso de la temporal.
Y el que busca la gloria temporal, o no la desprecia de corazón, señal es que ama menos la celestial.
Gran quietud de corazón tiene el que no se le da nada de las alabanzas ni de las afrentas.

3. Fácilmente estará contento y sosegado el que tiene la conciencia limpia.
No eres más santo porque te alaben ni más vil porque te desprecien.
Lo que eres, eso eres; y no puedes ser más grande de lo que Dios sabe que eres.
Si miras lo que eres dentro de ti, no tendrás cuidado de lo que de ti hablen los hombres.
"El hombre ve lo de fuera, mas Dios el corazón" (1Re 16,7). El hombre considera las obras, pero Dios pesa las intenciones.
Hacer siempre bien, y tenerse en poco, señal es de un alma humilde.
No querer consolación de criatura alguna, señal es de gran pureza y de cordial confianza.

4. El que no busca la aprobación de los hombres, claramente muestra que se entregó del todo a Dios.
Porque dice san Pablo: "No el que se alaba a sí mismo es aprobado, sino el que es de Dios alabado" (2Cor 10,18).
Andar en lo interior con Dios, y no embarazarse de fuera con alguna afición, estado es de varón espiritual.

Capítulo 7

Del amor a Jesús sobre todas las cosas

 1. Bienaventurado el que conoce lo que es amar a Jesús, y despreciarse a sí mismo por Jesús.
Conviene dejar un amado por otro amado, porque Jesús quiere ser amado Él solo sobre todas las cosas.
El amor de la criatura es engañoso y mudable; el amor de Jesús es fiel y durable.
El que se llega a la criatura, caerá con lo caedizo; el que abraza a Jesús, permanecerá para siempre.
Ama y ten por amigo a Aquel que, aunque todos te desamparen, no te desamparará, ni te dejará perecer en el fin.
De todos has de ser desamparado alguna vez, quieras o no quieras.

2. Ten fuertemente a Jesús viviendo y muriendo, y encomiéndate a su fidelidad, que Él solo te puede ayudar cuando los demás te faltaren.
Tu Amado es de tal condición, que no quiere consigo admitir a otro; mas Él solo quiere tener tu corazón y como rey sentarse en su propio trono.
Si tú supieses bien desocuparte de toda criatura, Jesús moraría de buena gana contigo.
Hallarás casi todo perdido cuanto pusieres en los hombres, fuera de Jesús.
No confíes ni estribes sobre la caña vacía, porque "toda carne es heno, y toda su gloria caerá como una flor de heno" (Is 40,6).

3. Si mirases solamente la apariencia exterior de los hombres, presto serás engañado.
Porque si buscas tu descanso y ganancia en otros, muchas veces sentirás daño.
Si en todo buscas a Jesús, hallarás de verdad a Jesús; mas si te buscas a ti mismo, también te hallarás, pero para tu daño.
Pues más se daña el hombre a sí mismo si no busca a Jesús, que todo el mundo y todos sus enemigos le pueden dañar.

Capítulo 8

De la familiar amistad con Jesús

1. Cuando Jesús está presente, todo es bueno y no parece cosa difícil; mas cuando está ausente, todo es duro.
Cuando Jesús no habla dentro, vil es la consolación; mas si Jesús habla una sola palabra, gran consolación se siente.
¿No se levantó María Magdalena luego del lugar donde lloró, cuando le dijo Marta: "El Maestro está aquí y te llama"? (Jn 11,28).
¡Oh, bienaventurada hora, cuando Jesús llama de las lágrimas al gozo del espíritu!
¡Cuán seco y duro eres sin Jesús! ¡Cuán necio y vano si codicias algo fuera de Jesús! Dime: ¿no es peor daño que si todo el mundo perdieses?

2. ¿Qué te puede dar el mundo sin Jesús? Estar sin Jesús es grave infierno; estar con Jesús es dulce paraíso.
Si Jesús estuviere contigo, ningún enemigo podrá dañarte.
El que halla a Jesús, halla un buen tesoro, y de verdad bueno sobre todo bien. Y el que pierde a Jesús, pierde muy mucho y más que todo el mundo.
Pobrísimo es el que vive sin Jesús, y riquísimo el que está bien con Jesús.

3. Grande arte es saber conservar con Jesús, y gran prudencia saber tener a Jesús.
Sé humilde y pacífico, y será contigo Jesús, sé devoto y sosegado, y permanecerá contigo Jesús.
Presto puedes echar de ti a Jesús, y perder su gracia, si te pegas a las cosas exteriores.
Y si destierras de ti a Jesús y le pierdes, ¿adónde irás y a quién buscarás por amigo?
Sin amigo no puedes vivir contento y si no fuere Jesús tu especialísimo amigo, estarás muy triste y desconsolado.
Pues locamente lo haces si en otro alguno confías y te alegras. Más se debe escoger tener todo el mundo contrario que tener ofendido a Jesús.
Sobre todos tus amigos, pues, sea Jesús amado singularísimamente.

4. Ama a todos por amor a Jesús mas a Jesús por sí mismo; sólo a Jesucristo se debe amar singularísimamente, porque Él solo se halla bueno y fidelísimo, más que todos los amigos.
Por Él y en Él debes amar a amigos y enemigos, y rogarle por todos para que lo conozcan y lo amen.
Nunca codicies ser loado ni amado singularmente, porque eso a sólo Dios pertenece, que no tiene igual; ni quieras que alguno ocupe contigo su corazón, ni tú ocupes el tuyo con el amor de nadie; mas sea Jesús en ti y en todo hombre bueno.

5. Sé puro y libre interiormente, sin ocupación de criatura alguna.
Es menester llevar a Dios un corazón desnudo y puro, si quieres descansar y ver "cuán suave es el Señor" (Sal 33,9).
Y verdaderamente no llegarás a esto si no fueres prevenido y traído de su gracia, para que, dejadas y echadas fuera todas las cosas, tú solo seas unido con Él solo.
Pues cuando viene la gracia de Dios al hombre, entonces se hace poderoso para todo: y cuando se va, será pobre y enfermo, y como abandonado a los castigos.
En estas cosas no debes desmayar ni desesperar, mas estar constante a la voluntad de Dios y sufrir con igual ánimo todo lo que viniere a gloria de Jesucristo.
Porque después del invierno viene el verano, y después de la noche vuelve el día, y después de la tempestad gran bonanza.

Capítulo 9

Del carecer de todo consuelo

1. No es grave cosa despreciar la humana consolación cuando tenemos la divina.
Grave cosa es, muy grande, ser privado y carecer de consuelo divino y humano, y querer sufrir de gana destierro de corazón por la honra de Dios y en ninguna cosa buscarse a sí mismo ni mirar a su propio merecimiento.
¿Qué gran cosa es si estás alegre y devoto cuando viene la gracia de Dios? Esta hora todos la desean.
Muy suavemente cabalga aquel a quien lleva la gracia de Dios.
¿Y qué maravilla, si no siente carga, el que es llevado del Omnipotente y guiado por el Guía soberano?

2. Muy de gana tomamos algún pasatiempo, y con dificultad se desnuda el hombre de sí mismo.
El mártir san Lorenzo venció al mundo y al afecto que tenía por su sacerdote, porque despreció todo lo que en el mundo parecía deleitable, y sufrió con paciencia, por amor de Cristo, que le fuese quitado Sixto, el sumo sacerdote de Dios, a quien él amaba mucho.
Así, pues, con el amor del Creador venció al amor del hombre, y trocó el contento humano por el beneplácito divino.
Así, tú aprende a dejar algún pariente o amigo querido por amor de Dios; y no te parezca grave cuando te dejare tu amigo, sabiendo que es necesario que nos apartemos al fin unos de otros.

3. Mucho y largo tiempo conviene que pelee el hombre consigo mismo antes que aprenda a vencerse del todo y traer a Dios cumplidamente todo su deseo.
Cuando el hombre se apoya en sí mismo, de ligero se desliza a las consolaciones humanas. Mas el verdadero amador de Cristo y estudioso imitador de las virtudes no se arroja a las consolaciones ni busca tales dulzuras sensibles; mas antes procura fuertes ejercicios y sufrir por Cristo duros trabajos.

4. Así, cuando Dios te diere la consolación espiritual, recíbela con hacimiento de gracias; mas entiende que es don de Dios y no merecimiento tuyo.
No te engrías, no te alegres demasiado, ni presumas vanamente mas humíllate por el don recibido y sé mas avisado y temeroso en todas tus obras, porque se pasará aquella hora y vendrá la tentación.
Cuando te fuere quitada la consolación, no desesperes luego; mas espera con humildad y paciencia la visitación celestial, porque poderoso es Dios para tornarte mucha mayor consolación.
Esto no es cosa nueva ni ajena de los que han experimentado el camino de Dios, porque en los grandes santos y antiguos profetas acaeció muchas veces esta manera de mudanza.

5. Por esto decía uno cuando tenía presente la gracia: "Yo dije en mi abundancia: No seré movido para siempre" (Sal 29,7). Pero ausente la gracia, añade lo que experimentó en sí, diciendo: "Apartaste de mí tu rostro y fui lleno de turbación" (Sal 30,8).
Mas, por cierto, entre estas cosas no desespera, sino con mayor instancia ruega a Dios y dice: "A ti, Señor, llamaré, y a mi Dios rogaré" (Sal 29,9). Y al fin alcanza el fruto de su oración, y confía ser oído, diciendo: "Oyóme el Señor y tuvo misericordia de mí; el Señor es hecho mi ayudador" (Sal 29,11).
¿Mas, en qué? "Volviste -dice- mi llanto en gozo y cercásteme de alegría" (Sal 29,12).
Y si así se hizo con los grandes santos, no debemos nosotros, enfermos y pobres, desconfiar si a veces estamos en fervor, y a veces tibios y fríos.
Porque el espíritu se viene y se va según la divina voluntad.
Por eso dice el bienaventurado Job: "Visítasle en la mañana, y súbitamente le pruebas" (Job 7,18).

6. Pues, ¿sobre qué puedo esperar, o en quién debo confiar, sino solamente en la gran misericordia de Dios y en la esperanza de la gracia celestial?
Pues aunque esté cercado de hombres buenos, o de hermanos devotos, o de amigos fieles, o de libros santos, o de tratados lindos, o de cantos suaves e himnos, todo aprovecha poco y tiene poco sabor cuando soy desamparado de la gracia, y dejado en mi propia pobreza.
Entonces no hay mejor remedio que la paciencia, y negándome a mí mismo, ponerme en la voluntad de Dios.

7. Nunca hallé hombre tan religioso y devoro que alguna vez no tuviese ausencia de la consolación divina o sintiese disminución del fervor.
Ningún santo fue tan altamente arrebatado y alumbrado que antes o después no haya sido tentado.
Pues no es digno de la alta contemplación de Dios el que no es por Dios ejercitado en alguna tribulación.
Porque suele ser la tentación precedente señal que vendrá la consolación.
Que a los probados en tentación es prometida la consolación celestial.
"Al que venciere -dice-, daré a comer del árbol de la vida" (Ap 2,7).

8. Dase la divina consolación para que el hombre sea más fuerte para sufrir las adversidades.
Y también se sigue la tentación, porque no se ensoberbezca del bien.
El demonio no duerme, y la carne no está aún muerta; por esto no ceses de prepararte a la batalla. A la diestra y a la siniestra están los enemigos, que nunca descansan.

Capítulo 10

Del agradecimiento por la gracia de Dios

 1. ¿Para qué buscas descanso, pues naciste para el trabajo?
Disponte a paciencia más que a las consolaciones, y a llevar la cruz más que a tener alegría.
¿Qué hombre del mundo no tomaría de muy buena gana la consolación y alegría espiritual si siempre la pudiese tener?
Porque las consolaciones espirituales exceden a todos los placeres del mundo y a los deleites de la carne.
Porque todos los deleites del mundo, o son torpes, o vanos; mas los deleites espirituales sólo son alegres y honestos, engendrados de las virtudes e infundidos de Dios en los corazones limpios.
Mas no puede ninguno usar de continuo de estas consolaciones divinas, porque el tiempo de la tentación pocas veces cesa.

2. Muy contraria es a la soberana visitación la falsa libertad del alma y la mucha confianza en sí.
Bien hace Dios dando la gracia de la consolación; pero el hombre hace mal no atribuyéndolo todo a Dios, dándole gracias.
Y por esto no abundan en nosotros los dones de la gracia, porque somos ingratos al Hacedor y no lo atribuimos todo a la fuente original.
Porque siempre se debe gracia al que dignamente es agradecido, y se quita al soberbio lo que se suele dar al humilde.

3. No quiero consolación que me quite la compunción, ni deseo contemplación que me ocasione soberbia.
Pues no es santo todo lo alto, ni todo lo dulce bueno, ni todo deseo puro, ni todo lo que amamos agradable a Dios.
De grado acepto la gracia que me haga más humilde y temeroso, y que me disponga más a renunciarme a mí mismo.
El enseñado con el don de la gracia y avisado con el escarmiento de haberla perdido no osará atribuirse a sí bien alguno; mas antes confesará ser pobre y desnudo.
Da a Dios lo que es de Dios y atribuye a ti lo que es tuyo; esto es: da gracias a Dios por la gracia, y sólo a ti atribuye la culpa, y conoce serte debida por la culpa dignamente la pena.

4. Ponte siempre en lo más bajo y te se dará lo alto, porque no está lo muy alto sin lo más bajo.
Los grandes santos cerca de Dios son pequeños cerca de sí, y cuanto más gloriosos, tanto en sí más humildes; llenos de verdad y de gloria celestial, no son codiciosos de gloria vana.
Los que están fundados y confirmados en Dios, en ninguna manera pueden ser soberbios. Y los que atribuyen a Dios todo cuando bien reciben, no buscan ser loados unos a otros; mas quieren la gloria que de sólo Dios viene, codician que sea Dios glorificado sobre todos en sí mismo y en todos los santos, y siempre tienen esto por fin.

5. Sé, pues, agradecido en lo poco, y serás digno de recibir cosas mayores.
Ten en muy mucho lo poco, y lo más despreciado por singular don.
Si miras a la dignidad del Dador, ningún don te parecerá pequeño o vil.
Por cierto no es poco lo que el soberano Dios da.
Y aunque diere penas y castigos, se lo debemos agradecer, que siempre es para nuestra salud todo lo que permite que nos venga.
El que desea conservar la gracia de Dios, agradézcale la gracia que le ha dado y sufra con paciencia cuando le fuere quitada; haga oración para que le sea tornada y sea cauto y humilde porque no la pierda.

Capítulo 11

Cuán pocos son los que aman la cruz de Cristo

 1. Jesucristo tiene ahora muchos amadores de su reino celestial, mas muy pocos que lleven su cruz.
Tiene muchos que desean la consolación y muy pocos que quieran la tribulación.
Muchos compañeros halla para la mesa y pocos para la abstinencia.
Todos quieren gozar con Él, mas pocos quieren sufrir algo por Él.
Muchos siguen a Jesús hasta el partir del pan, mas pocos hasta beber el cáliz de la pasión.
Muchos honran sus milagros, mas pocos siguen el vituperio de la cruz.
Muchos aman a Jesús cuando no hay adversidades.
Muchos lo alaban y bendicen en el tiempo que reciben de Él algunas consolaciones; mas si Jesús se esconde y los deja un poco, luego se quejan o se abaten demasiado.

2. Mas los que aman a Jesús por el mismo Jesús, y no por algún propio consuelo, bendícenle en toda tribulación y angustia del corazón, como en el mayor consuelo.
Y aunque nunca más los quisiese consolar, siempre lo alabarían y le querrían dar gracias.
¡Oh, cuánto puede el amor puro de Jesús, sin mezcla del propio provecho o amor!
¿No se pueden llamar propiamente mercenarios los que siempre buscan consolaciones?
¿No se aman a sí mismos más que a Cristo los que de continuo piensan en sus provechos y ganancias?
¿Dónde se hallará alguno tal que quiera servir a Dios de balde?

3. Pocas veces se halla ninguno tan espiritual que esté desnudo de todas las cosas.
Pues, ¿quién hallará el verdadero pobre de espíritu y desnudo de toda criatura?
"Es tesoro inestimable y de lejanas tierras" (Prov 31,10).
Si el hombre diere su hacienda toda, aún no es nada.
Si hiciere gran penitencia, aún es poco.
Aunque tenga toda la ciencia, aún está lejos; y si tuviere gran virtud y muy ferviente devoción, aún le falta mucho; le falta la cosa que le es más necesaria.
Y esta, ¿cuál es? Que, dejadas todas las cosas, deje a sí mismo y salga de sí del todo, y que no le quede nada de amor propio.
Y cuando hubiere hecho todo lo que conociere que debe hacer, aún piense no haber hecho nada.
No tenga en mucho que le puedan estimar por grande; mas llámese en la verdad siervo sin provecho, como dice la Verdad: "Cuando hubiereis hecho todo lo que os está mandado, aún decid: Siervos somos sin provecho" (Lc 17,10).
Y así podrá ser pobre y desnudo de espíritu, y decir con el profeta: "Porque uno solo y pobre soy yo" (Sal 24,16).
Ninguno todavía hay más rico, ninguno más poderoso, ninguno más libre que aquel que sabe dejarse a sí y todas las cosas y ponerse en el más bajo lugar.

Capítulo 12

Del camino real de la santa cruz

1. Esta palabra parece dura a muchos: "Niégate a ti mismo, toma tu cruz y sigue a Jesús" (Lc 9,23). Pero mucho más duro será oír aquella postrera palabra: "Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno" (Mt 25,41). Pues los que ahora oyen y siguen de buena gana la palabra de la cruz, no temerán entonces oír la palabra de la eterna condenación.
Esta señal de la cruz estará en el cielo cuando el Señor viniere a juzgar.
Entonces todos los siervos de la cruz, que se conformaron en la vida con el Crucificado, se llegarán a Cristo juez con gran confianza.

2. ¿Por qué, pues, temes tomar la cruz por la cual se va al Reino?
En la cruz está la salud, en la cruz la vida, en la cruz está la defensa contra los enemigos, en la cruz está la infusión de la suavidad soberana, en la cruz está la fortaleza del corazón, en la cruz está el gozo del espíritu, en la cruz está la suma virtud, en la cruz está la perfección de la santidad.
No está la salud del alma ni la esperanza de la vida eterna sino en la cruz.
Toma, pues, tu cruz y sigue a Jesús, e irás a la vida eterna.
Él fue delante "llevando su cruz" (Jn 19,7), y murió en la cruz por ti, para que tú también lleves tu cruz y desees morir en ella.
Porque si murieres juntamente con Él, vivirás con Él. Y si le fueres compañero de la pena, lo serás también de la gloria.

3. Mira que todo consiste en la cruz y todo está en morir en ella.
Y no hay otro camino para la vida, y para la verdadera entrañable paz, sino el de la santa cruz y continua mortificación.
Ve donde quisieres, busca lo que quisieres y no hallarás más alto camino en lo alto, ni más seguro en lo bajo, sino la vía de la santa cruz.
Dispón y ordena todas las cosas según tu querer y parecer, y no hallarás sino que has de padecer algo, o de grado o por fuerza, y así siempre hallarás la cruz.
Pues o sentirás dolor en el cuerpo o padecerás tribulación en el espíritu.

4. A veces te dejará Dios, a veces te perseguirá el prójimo y, lo que peor es, muchas veces te descontentarás de ti mismo y no serás aliviado ni refrigerado con ningún remedio ni consuelo; mas conviene que sufras hasta cuando Dios quisiere.
Porque quiere Dios que aprendas a sufrir la tribulación sin consuelo y que te sujetes del todo a Él y te hagas más humilde con la tribulación.
Ninguno siente así de corazón la pasión de Cristo como aquel a quien acaece sufrir cosas semejantes.
Así que la cruz siempre está preparada y te espera en cualquier lugar; no puedes huir dondequiera que fueres porque dondequiera que vayas llevas a ti contigo, y siempre hallarás a ti mismo.
Vuélvete arriba, vuélvete abajo, vuélvete fuera, vuélvete dentro, y en todo esto hallarás cruz. Y es necesario que en todo lugar tengas paciencia, si quieres tener paz interior y merecer perpetua corona.

5. Si de buena voluntad llevas la cruz, ella te llevará y guiará al fin deseado, adonde será el fin del padecer, aunque aquí no lo sea.
Si contra tu voluntad la llevas, cárgaste, y hácestela más pesada, y, sin embargo, conviene que la sufras.
Si desechas una cruz, sin duda hallarás otra, y puede ser que más grave.

6. ¿Piensas tú escapar de lo que ninguno de los mortales pudo librarse?
¿Quién de los santos estuvo en el mundo sin cruz y tribulación?
Nuestro Señor Jesucristo, por cierto, en cuanto vivió en este mundo no estuvo una hora sin dolor de pasión. Porque "convenía -dice- que Cristo padeciese y resucitase de entre los muertos, y así entrase en su gloria" (Lc 24,26). Pues, ¿cómo buscas tú otro camino sino este camino real que es la vía de la santa cruz?

7. Toda la vida de Cristo fue cruz y martirio, ?y tú buscas para ti holganza y gozo?
Yerras, te engañas si buscas otra cosa sino sufrir tribulaciones, porque toda esta vida mortal está llena de miserias y por todas partes señalada de cruces. Y cuanto más altamente alguno aprovechare en espíritu, tanto más graves cruces hallará muchas veces, porque la pena de su destierro crece más por el amor.

8. Mas este tal, así afligido de tantas maneras, no está sin el alivio de consolación, porque siente el gran fruto que le crece con llevar su cruz.
Porque cuando se sujeta a ella de su voluntad, toda la carga de la tribulación se convierte en confianza de la divina consolación.
Y cuanto más se quebranta la carne por la aflicción, tanto más se robustece el espíritu por la gracia interior.
Y algunas veces tanto es confortado del efecto de la tribulación y adversidad por el amor y conformidad de la cruz de Cristo, que no quiere estar sin dolor y tribulación, porque se tiene por más acepto a Dios cuanto mayores y más graves cosas pudiere sufrir por Él.
Esto no es virtud humana, sino gracia de Cristo, que tanto puede y hace en la carne flaca, que lo que naturalmente siempre aborrece y huye, lo acometa y ame con fervor de espíritu.

9. No es según la inclinación humana llevar la cruz, amar la cruz, castigar el cuerpo, ponerlo en servidumbre; huir las honras, sufrir de grado las injurias, despreciarse a sí mismo y desear ser despreciado; sufrir todo lo adverso y dañoso, y no desear cosa de prosperidad en este mundo.
Si te miras a ti mismo, no podrás por ti solo cosa alguna de éstas; mas si confías en Dios, Él te enviará fortaleza del cielo y hará que te estén sujetos el mundo y la carne.
Y no temerás al diablo, tu enemigo, si estuvieses armado de fe y señalado con la cruz de Cristo.

10. Dispónte, pues, como buen y fiel siervo de Cristo, para llevar varonilmente la cruz de tu Señor, crucificado por tu amor.
Prepárate a sufrir muchas adversidades y diversas incomodidades en esta miserable vida, porque así estará contigo Jesús adondequiera que fueres; y de verdad que lo hallarás en cualquier parte que te escondas.
Así conviene que sea; y no hay otro remedio para evadirse del dolor y de la tribulación de los males sino sufrir.
Bebe afectuosamente el cáliz del Señor, si quieres ser su amigo y tener parte con Él.
Remite a Dios las consolaciones, para que haga con ellas lo que más le agradare.
Pero tú dispónte a sufrir las tribulaciones, y estímalas por grandes consuelos, porque "no son condignas las pasiones de este tiempo para merecer la gloria venidera" (Rom 8,18), aunque tú solo pudieses sufrirlas todas.

11. Cuando llegares a tanto que la aflicción te sea dulce y gustosa por Cristo, piensa entonces que te va bien, porque hallaste el paraíso en la tierra.
Cuando te parece grave el padecer y procuras huirlo, cree que te va mal, y dondequiera que fueres te seguirá la tribulación.

12. Si te dispones para hacer lo que debes, es a saber: sufrir y morir; luego te irá mejor y hallarás paz.
Y aunque fueres arrebatado hasta el tercer cielo con san Pablo, no estarás por eso seguro de no sufrir alguna contrariedad. "Yo -dice Jesús- le mostraré cuántas cosas le convendrá padecer por mi nombre" (He 9,16).
Debes, pues, padecer si quieres amar a Jesús y servirle siempre.

13. ¡Ojalá que fueses digno de padecer algo por el nombre de Jesús! ¡Cuán grande gloria te resultaría! ¡Cuánta alegría a todos los santos de Dios! ¡Cuánta edificación sería para el prójimo!
Porque todos alaban la paciencia, pero pocos quieren padecer.
Con razón debieras sufrir algo de buena gana por Cristo, pues hay muchos que sufren más graves cosas por el mundo.

14. Ten por cierto que te conviene morir viviendo; y cuanto más muere cada uno a sí mismo, tanto más comienza a vivir para Dios.
Ninguno es apto para comprender cosas celestiales si no se humilla a sufrir adversidades por Cristo.
No hay cosa a Dios más acepta, ni para ti en este mundo más saludable, que padecer de buena voluntad por Cristo.
Y si te diesen a escoger, más debieras desear padecer cosas adversas por Cristo que ser recreado con muchas consolaciones, porque así le serías más semejante y más conforme a todos los santos.
No está, pues, nuestro merecimiento ni la perfección de nuestro estado en las muchas suavidades y consuelos, sino más bien en sufrir grandes penalidades y tribulaciones.

15. Porque si alguna cosa fuera mejor y más útil para la salvación de los hombres que el padecer, Cristo lo hubiera declarado con su doctrina y con su ejemplo.
Pues manifiestamente exhorta a sus discípulos, y a todos los que desean seguirle a que lleven la cruz, y dice: "Si alguno quisiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame" (Mt 16,24).
Así que leídas y bien consideradas todas las cosas, sea esta la postrera conclusión: "Que por muchas tribulaciones nos conviene entrar en el reino de Dios" (He 14,21).




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