lunes, 10 de agosto de 2015

15 DE AGOSTO LA GLORIOSA ASUNCIÓN DE MARÍA SANTÍSIMA REVELADA A LA BEATA ANA CATALINA EMMERICK









María Santísima murió en el año 48, trece años y dos meses después de la Ascensión del Señor.


En cuanto a la hora del tránsito de María, se me indicó que era la hora nona, en la cual murió también su divino Hijo.


Tengo la seguridad de que cada año, en el día de su Asunción, muchas almas devotas de María reciben la liberación de sus penas y suben al Cielo.





















Mensajes De Dios al Mundo a Través de la Beata Ana Catalina Emmerick




Ana Catalina Emmerick





Grandeza
y
Dignidad de la Virgen Santísima

La tarde del día siguiente vi a todos los apóstoles, con veinte discípulos, orando bajo la lámpara en la sala del Cenáculo.

 Estaban presentes la Virgen María, las santas mujeres,Lázaro.  Nicodemo, José de Arimatea y Obed.

Terminada la oración el apóstol Juan habló a los apóstoles, y Pedro a los discípulos.

Hablaron ambos de una manera misteriosa acerca de sus relaciones con la Madre de Dios y lo que Ella debe ser para
ellos.

 Mientras duraba esta enseñanza de ambos apóstoles, que hicieron por orden de Jesús, he visto a la bienaventurada Virgen con un manto luminoso y amplio.

Con ese manto los cubría a todos, mientras se cernía sobre los presentes y recibía del cielo abierto, donde se veía la Santa Trinidad, una corona sobre su cabeza.

 A la Virgen no la he visto en persona durante este tiempo, aunque había estado rezando fuera de la sala.

Recibí la intima persuasión de que María era la cabeza verdadera de esa comunidad, su templo y su todo. Creo que fue una representación para los apóstoles y una aclaración de lo que María debía ser en lo futuro en la Iglesia, según la voluntad de Dios.



Hacia las nueve vi una comida en el vestíbulo. Todos los presentes tenían vestidos de fiesta y la Virgen los de su boda.

Durante la oración, en cambio, estaba con un manto blanco y el velo.

Esta vez vi a María entre Pedro y Juan, sentada a la mesa.
Teniendo la puerta al frente y el patio a las espaldas.

Las demás mujeres y los discípulos estaban a la derecha e izquierda en sendas mesas.
 Nicodemo y José de Arimatea servían.

Pedro cortó el cordero de la misma manera como lo había cortado el Señor en la última Cena.

Al final de esta cena hubo un partir del pan y pasar de las copas, pero se trataba de pan y vino bendecidos. no consagrados.

Después vi a María Santísima con los apóstoles en la sala; ella estaba en medio de Pedro y de Juan , debajo de la lámpara.

Rezaron de rodillas delante del Santísimo descubierto.

Cuando hubo pasado la medianoche vi que María recibía la comunión de manos de Pedro, hincada delante del Santísimo.

Pedro traía el Sacramento consagrado por Jesús sobre un platillo que cubría el cáliz.

 En ese momento he visto que Jesús se le aparecía a Ella, aunque los demás no lo veían.

María estaba rodeada de luz y resplandor. Oraron largo tiempo.







A los demás apóstoles los he visto muy reverentes con la persona de la Virgen Santísima.

María se retiró luego a una pequeña casita, a la derecha de la entrada al patio del Cenáculo, donde tenia su habitación.
Dentro ya, oí que cantaba el Magníficat, el canto del Benedictie de los tres jóvenes en el horno de Babilonia y el salmo 130; rezó todo esto de pie. El día empezó a clarear cuando Jesús entró a puertas cerradas. Habló largo tiempo con María; díjole que asistiese a los apóstoles y lo que Ella debía ser para ellos.

Diole potestad sobre toda la Iglesia; le dio su misma fuerza y potestad, su protección: era como si Él mismo le diese su luz y la penetrase toda con su Persona. No lo puedo decir de otro modo.

Los discípulos hicieron una especie de corredor con telas y alfombras desde el patio al Cenáculo, para que pudiera la Virgen ir desde su habitación al lugar del Santísimo y al coro donde cantaban y rezaban los apóstoles.

Juan habita cerca de la celda de la Virgen.
Cuando Jesús se le apareció en su celda, he visto que rodeaba su cabeza una corona de estrellas; lo mismo he visto cuando recibía la comunión.

Tuve el conocimiento de que todas las veces que comulgaba María, permanecían las especies sacramentales de una comunión a la otra, de modo que siempre adoraba a Jesucristo presente sacramentalmente en su corazón.

Durante la persecución, después de haber sido apedreado San Esteban, hubo un tiempo en que los apóstoles no pudieron. consagrar.
 Pero la Iglesia no quedó sin el Santo Sacramento pues estaba vivo en el tabernáculo de la beatísima Virgen María.

Entendí también que esta gracia singular era propia sólo de María Virgen Santísima.


María Santísima se retira con San Juan a Éfeso

 

Esteban fue apedreado cerca de un año después de la crucifixión de Jesucristo.

 Con todo no hubo en seguida persecución a los apóstoles; sólo las comunidades de Jerusalén fueron disueltas, los cristianos dispersados y algunos también muertos.

Pocos años después se levantó de nuevo una persecución. Por este tiempo María Santísima, que había vivido hasta entonces en la pequeña habitación junto al Cenáculo o en Betania, se hizo llevar por el apóstol Juan a Éfeso, donde habían ido a vivir ya algunos cristianos.

Sucedió esto poco tiempo después que Lázaro y sus hermanas fueron prendidos por los judíos y entregados a la mar en una mala embarcación.

Juan volvió después a Jerusalén donde estaban reunidos los demás apóstoles.

Santiago el Mayor fue de los primeros que, después del reparto del mundo, abandonó Jerusalén y se dirigió a España, lo he visto primero en las cercanías de Belen donde se ocultó antes de partir. Desde la cueva de Belén salía por el país con algunos compañeros para predicar al Evangelio.

Los judíos vigilaban a los apóstoles, pues no querían que salieran
del país.

 Santiago tenía amigos en Jope y así pudo embarcarse para el extranjero.
Se dirigió primero a Éfeso Donde visitó a María y de allí partió a España.

Poco antes de su muerte visito de nuevo a María y a su hermano Juan en Éfeso  allí le dijo María que su muerte se acercaba y confortó y animó al apóstol para su cercano fin.

 Santiago se despidió de María Virgen y de su hermano Juan y se dirigió a Jerusalén.

 En este tiempo ocurrió el episodio con el mago Hermógenes, al cual convirtió a la fe junto con su discípulo.

Santiago fue detenido varias veces y presentado ante el Sanedrín.
He visto como fue prendido, poco antes de Pascua, mientras predicaba al aire libre sobre una colina. Sé que fue en este tiempo, pues veía a las gentes, como de costumbre, establecidas en los alrededores de la ciudad.
Santiago no estuvo mucho en la prisión; fue juzgado en la misma casa donde Jesús, aunque al interior había cambiado algo de
aspecto.

Aquellos lugares que había tocado Jesús no estaban ya allí.

Siempre he creído que tales lugares, santificados por Jesús, no debían ser pisados por otros.

He visto que llevaron a Santiago hacia el monte Calvario: él no cesaba de predicar y convirtió a muchos en esta ocasión.

Cuando le ataron las manos dijo: "Me podéis atar las manos,
pero no me quitaréis la bendición de ellas y mi lengua para predicar".

Un tullido del camino gritó al apóstol quisiera tocarme con sus manos para sanarme.

 El apóstol le contestó "Ven tú a mí y dame tu mano". Así lo hizo el tullido; se levantó, se acercó y, al tocar las manos atadas de Santiago, se halló sano.

También he visto que un tal Josías, que le había denunciado y entregado a los sacerdotes, vino ahora y le pidió perdón. Se
convirtió a Cristo y fue muerto junto con el apóstol. Como le preguntara Santiago si deseaba ser bautizado y contestara que ése era su deseo, Santiago lo abrazó y besó, y le dijo:

"Serás bautizado en tu misma sangre".

Vi también a una mujer venir a Santiago con una criatura ciega, pidiendo le diera la vista.

Primeramente colocaron a Santiago sobre un lugar elevado, junto a Josías, y se le leé la sentencia. Luego lo bajaron y ataron ambas manos a una piedra, vendaron los ojos y lo decapitaron.

Esto sucedió once años después de la muerte de Jesús, entre el 46 y el 47 del Nacimiento de Cristo.

En la muerte de María en Éfeso no he visto a Santiago presente: otro lo representaba en esa ocasión. un pariente de la sagrada Familia y uno de los primeros de los 72 discípulos.

María murió en el año 48, trece años y dos meses después de la Ascensión del Señor.

Se me mostró esto en cifras y no en números como los nuestros.

Primero vi IV. luego VIII, que hacen 48: después vi XIII y dos lunas llenas.
La morada de la Virgen no estaba en Éfeso mismo, sino dos o tres horas más lejos, en una altura donde se habían refugiado otros cristianos venidos de Palestina y algunas mujeres parientes de María.

Desde esta altura y Éfeso corre en muchas vueltas un arroyo.

La altura termina casi a pico en Éfeso, la cual se ve, viniendo desde el Sudeste, en una altura que parece junto a ella. Delante
de Éfeso veo largas avenidas de árboles con frutas amarillas, muchas en el suelo.

De la ciudad partían varias sendas hacia la altura, llena de vegetación salvaje. Sobre la cual había una extensión como de una hora de camino, llana y fértil, llena de arboles de sombra y muchas grutas naturales en la roca. Estas grutas habían sido utilizadas por los cristianos refugiados aquí, arregladas con tabiques y obras de madera. El conjunto ofrecía el aspecto de una pequeña población de trabajadores.

Desde la altura de la montaña, que está más cerca del mar que la ciudad, se ve el mar con sus numerosas islas y también la ciudad.

No lejos de esta población se levanta un castillo donde habita un
Rey depuesto. Juan se entretenía con frecuencia con él y consiguió convertirlo a la fe. Más tarde este lugar fue sede de un obispado.

Entre los refugiados cristianos he visto mujeres, niños y algunos hombres. No todos estos refugiados tenían relación con María Virgen: solo veo algunas mujeres que vienen de tanto en tanto para visitarla o para ayudarla en los quehaceres domésticos. Estas mujeres atendían también a la manutención de la Virgen.

 La comarca estaba casi desierta: nadie subía a estos lugares y ningún camino principal conducía a ellos.
 La gente de Éfeso no se cuidaba de los refugiados, que estaban como olvidados.
El suelo era fértil, y los cristianos tenían huertos y frutas. De animales sólo he visto cabras monteses.

Antes que Juan trajese a María a Éfeso había hecho construir una casa de material como la que tenía en Nazaret, Estaba en medio de las sombras de los arboles. Se dividía en dos partes por medio del hogar.

Este hogar estaba cavado en una cavidad en el suelo, junto a la pared y miraba a la entrada de la habitación. En esta pared había como unas gradas que llegaban hasta el techo  plano, donde estaba la chimenea, consistente en un cano sobresaliente.

 A ambos lados del hogar había tabiques ligeros que separaban la parte posterior de la habitación de María.

A ambos lados de las paredes había tabiques formando celdas que se retiraban con facilidad, dejando libre todo el espacio.

En estas celdas dormían la criada de María y otras mujeres que venían de visita y se hospedaban durante la noche.

En los tabiques que dividían la casa había dos puertas, que llevaban a la parte posterior de la habitación, que terminaba en forma redonda y cuyas paredes estaban revestidas de maderas entrelazadas.

El techo era a los lados curvado y también detrás, y adornado con figuras de plantas cavadas en la madera.

 En la parte posterior de esta habitación tenía María su lugar retirado para la oración, separado del resto por una cortina.

En la pared había un nicho con un recipiente como un Tabernáculo que podía abrirse, y aparecía una cruz de un codo de larga, Como la cruz de Cristo con los dos brazos en forma de Y. Esta cruz, muy sencilla, creo que fue hecha en parte por el apóstol Juan y por la Virgen. Se componía de varias clases de maderas:
La madera principal era de ciprés: un brazo parecía de cedro; el otro, más amarillento, de palma. Y la parte de arriba, con el letrero, de olivo.

 El madero principal estaba hincado en una piedra como se había puesto la cruz de Jesús sobre una roca del Calvario.

 A los pies del Crucifijo había un pergamino donde estaban escritas algunas palabras de Cristo, cuya imagen estaba, en la cruz, no en bulto, sino grabada con líneas en la madera.

A ambos lados del Crucifijo se veían dos floreros con flores.

Junto a la cruz veo un paño y tengo la persuasión que es el que usó la Virgen cuando, después del descendimiento, lavó la sangre de las heridas de Jesús; pues mientras miraba yo ese paño tuve una visión de la Virgen con Jesús, tendido muerto en sus rodillas, y a la Virgen lavándole la sangre de sus llagas. Así lo hace también el sacerdote en la Misa cuando purifica el cáliz.

 Una cruz semejante, pero más pequeña, tenía la Virgen en su dormitorio.

 A la derecha del oratorio de María y tocando el ángulo curvo, separado por dos tabiques laterales estaba el dormitorio de la Virgen con una cortina delante, que se descorría a voluntad.

Este dormitorio estaba compuesto de un lecho de madera, de la altura de un pie y medio, bastante angosto. Sobre el cual estaba extendida una manta sujeta a los cuatro costados.

Todo estaba cubierto con tapices con borlas hasta el suelo. Un rodete servía de almohada y de cobertor una manta.

 El techo de esta parte de la habitación estaba revestido de madera y del centro pendía una lámpara de varios brazos. Aquí he visto a María descansando antes de su muerte, envuelta en un vestido blanco que le cubría hasta los brazos.

El velo sobre la cabeza era retirado hacia arriba en pliegues.

Cuando hablaba con hombres lo bajaba modestamente y sus manos las tenía descubiertas sólo cuando estaba sola.

No la he visto comer en estos últimos años sino el jugo de una fruta de bayas amarillas que parecían uvas.

 La criada exprimía el jugo de estas bayas.

Enfrente de esta celda de dormir había, a la izquierda del oratorio, un espacio para los vestidos.  Arreglado con maderas entrelazadas. Colgaban allí unos velos, cinturones y un manto amplio en el cual se envolvía la Virgen cuando recorría el Vía Crucis.

Vi dos vestidos largos, uno blanco y otro azul celeste, y un manto de color.
 Era el vestido que uso cuando fue dada por esposa a José.

He visto que María guardaba varios de los vestidos de Jesús, entre otros la túnica inconsútil (Que no tiene costura).
Entre el armario de la ropa y el dormitorio había un cortinado que separaba el oratorio. Delante de este cortinado solía la Virgen estar sentada cuando trabajaba cosiendo o bordando.

En este lugar retirado y solitario vivió la Virgen los últimos años, ya que su casa estaba retirada de las demás a una distancia de un cuarto de hora, Vivió sola, con una criada, que le traía lo poco que necesitaba para su sustento. No vivía allí ningún hombre. Juan venia de tanto en tanto y a veces algún apóstol o discípulo.

Una vez he visto entrar en la casa a Juan, que mostraba tener más edad. Era un hombre esbelto y usaba una vestidura larga, en pliegues, con un cinturón. Se quitó esta vestidura al entrar y se puso otro vestido con letras bordadas. En el brazo se colocó un manípulo (Ornamento sagrado que el sacerdote llevaba sujeto al antebrazo izquierdo, sobre la manga del alba durante la celebración de la misa).
La Virgen estaba en su aposento y fue llegándose a Juan acompañada por su criada  la Virgen tenía un vestido blanco y me pareció muy débil. Su rostro era casi transparente y blanco como nieve, Me parecía que desfallecía por el ansia.  Toda su vida fue, desde la Ascensión de Jesús, un continuo suspirar y un ansia que la iba consumiendo.



María se acercó con Juan a su oratorio; allí descubrió, tirando de una cinta, el tabernáculo donde estaba su Crucifijo, delante del cual, hincados, rezaron largo tiempo. Luego Juan se levantó y sacó de un recipiente de metal un envoltorio de lino fino. Donde estaba guardado un panecillo cuadrado, blanco, entre dos blancas telas: era el Santísimo Sacramento con el cual Juan dio la Comunión a María, acompañada de algunas palabras. No le presentó el cáliz en esta ocasión.




El Vía Crucis De María En Efeso.
Visita A Jerusalén




En las cercanías de su vivienda había dispuesto y ordenado María Santísima las estaciones del Vía Crucis.

 La vi al principio ir sola por las estaciones de este camino midiendo los pasos dados por su divino Hijo, que tenía anotados desde Jerusalén.

Según Los pasos que contaba, señalaba e l lugar con una piedra y sobre esta piedra la vi escribir lo sucedido en la Pasión del Señor y anotar el número de pasos hasta este lugar. Si encontraba un árbol en el camino, señalaba el paso de la Pasión en el árbol mismo.

Había señalado doce estaciones.

El camino llevaba al final a un matorral y el santo sepulcro estaba señalado en una gruta.
Después que hubo señalado estas doce estaciones, vi a la Virgen María, silenciosa, ir recorriendo con su fiel criada esos pasos de la Pasión del Señor, meditando y orando.

 Cuando llegaban a una estación, se detenían, meditaban el misterio de la estación y oraban.


Poco a poco este Vía Crucis fue mejorado y arreglado., Juan hizo. Poner mejor las  piedras recordatorias con sus inscripciones.

La gruta también fue agrandada, adornada convenientemente y transformada en lugar de oración, las piedras estaban en parte enterradas en el suelo, cubiertas de vegetación y de flores cercadas en torno. Eran de mármol blanco liso. No he podido medir el grueso de esas piedras por las plantas que cubrían la parte inferior.

Los que hacían el Vía Crucis llevaban un asta con una cruz, como de un pie de alto; clavaban esta asta en una hendidura de la piedra y se hincaban delante para rezar, si es que no se echaban de cara al suelo, meditando y orando. 

Las sendas en torno de las Piedras eran bastante anchas de modo que podían ir por ellas dos personas a la vez.

Conté doce de estas piedras, las cuales, terminado el acto, se cubrían con una estera.  (Tejido grueso y áspero, de esparto, juncos o palma que sirve sobre todo para cubrir partes del suelo)

Las piedras eran más o menos iguales y en los lados tenían escritas letras hebreas; los lugares donde estaban las piedras eran de diversas dimensiones.

 La estación primera, el Getsemaní, la formaba un vallecito con una pequeña cueva donde podían estar hincadas varias personas.

La estación del Calvario no estaba en la gruta sino en una colina.

 Para ir al sepulcro se pasaba la colina; luego al otro lado de la piedra recordatoria, en una hondonada y al pie de la colina, a la gruta del sepulcro, donde María Santísima más tarde fue colocada.

Creo que esta gruta existe todavía bajo los escombros y que un día ha de ser descubierta.

Cuando la Virgen hacía el Vía Crucis llevaba un sobrevestido que llegaba en pliegues hasta los pies. Se ponía sobre los hombros y se cerraba debajo del cuello con un broche. Llevaba un cinturón y cubría así el vestido interior. Me parece que era un vestido de grandes solemnidades, al uso de los judíos, porque lo he visto usado también por Ana en algunas ocasiones.

Sus cabellos estaban ocultos en una especie de gorro de color amarillo, que llegaba hasta la frente y caía detrás con sus pliegues recogidos.

Un velo negro de tela fina le llegaba hasta los hombros.

En esta forma la he visto recorrer el camino de la Pasión.


 Había llevado este vestido en la Crucifixión de Jesús, oculto bajo el vestido de luto que la cubría, y ahora se lo vuelve a poner todas las veces que hace el Vía Crucis.

En casa se pone este vestido para los quehaceres diarios.

La Virgen María tenía ya mucha edad, pero no llevaba otras señales de vejez  que un ansia grande que la transformaba y la espiritualizaba cada vez más.

Estaba de ordinario seria, de modo que nunca la vi riendo. Cuanto mas avanzaba en edad se volvía más transparente, se esclarecía su rostro. No tenía arrugas en la cara ni en la frente, aunque aparecía demacrada; ni renales de decrepitud: era como un espíritu en su modo de ser.

He visto una vez a la santa Virgen haciendo el Vía Crucis con otras cinco mujeres.

Ella precedía: me pareció muy débil, blanca y como traslucida.



Era conmovedor ver ese rostro angelical. Me pareció que hacía este camino de la Pasión por última vez.
Entre Estas santas mujeres que rezaban con María estaban algunas que ya desde el primer año de Jesús le eran adictas.

 Una era sobrina de la profetisa Ana. Antes del bautismo de Jesús yo la había visto yendo una vez a Nazaret con la Verónica. Esta mujer estaba emparentada con la Sagrada Familia, por Ana, la profetisa, que era parienta de la madre de María y más cercana aun de Isabel, hija de la hermana de ésta.

Otras de las mujeres que vivían cerca de María y que yo había visto también ir a Nazaret, antes del bautismo de Jesús, era una sobrina de Isabel, llamada Mara, también emparentada con la Sagrada Familia. Ismeria, madre de Ana, tenía una hermana de nombre Emerencia que tuvo tres hijas: Isabel, madre del Bautista; Enué, que estaba en casa de Ana cuando nació María
Virgen. y Rode, madre de esta Mara. Rode había contraído matrimonio lejos de su familia. Vivió primero cerca de Siquem, luego en Nazaret y después junto al monte Tabor (Kessuloth). Además de Mara, tuvo otras dos hijas, una de las cuales era madre de unos discípulos de Jesús.

Uno de los dos hijos de Rode fue el primer marido de Maroni, la cual, al quedar viuda y sin hijos, casó con Eliud, sobrino de la madre de Ana y se estableció en Naipe, donde enviudó por segunda vez. De este Eliud tuvo el hijo a quien resucito Jesús.

Este niño fue más tarde discípulo de Jesús y se llamó Marcial.

Mara, hija de Rode, que estuvo presente en la muerte de María, se había casado en la vecindad de Belén. Natanael, el novio de Caná, era, según creo, un hijo de esta Mara, y en el bautismo recibió e l nombre de Amator. Tenía otros hijos y todos fueron más tarde discípulos de Jesús.

Después que la Virgen María hubo vivido tres años en el retiro de Éfeso sintió gran deseo de ver los lugares santos de Jerusalén.

Juan y Pedro la condujeron a esa ciudad. Estaban reunidos allí varios apóstoles: recuerdo haber visto a Tomás. Creo que era un concilio. María les ayudaba con sus consejos. A su llegada la he visto al anochecer, antes de entrar en la ciudad, ir al Huerto de los Olivos, al Calvario, al santo Sepulcro· y visitar los santos lugares de Jerusalén.

La madre de Dios estaba tan angustiada y desfallecida, que apenas podía ya andar. Pedro y Juan la sostenían por momentos.

Un año y medio antes de su muerte la he visto de nuevo visitar los lugares santos de Jerusalén. Estaba entonces muy triste y suspiraba siempre, diciendo: ";Oh. Hijo mío! "Oh, Hijo mío!". . .

 Cuando llegó a aquella puerta donde cayó Jesús con la cruz, se sintió tan agobiada, que cayó en desmayo, creyeron los acompañantes que iba a morir, y la llevaron al Cenáculo que aun existía, y allí vivió algún tiempo, en la pieza junto al Cenáculo.

María estuvo varios días tan débil y postrada que se creía iba a morir; por eso se pensó en prepararle un sepulcro.

María misma se eligió una cueva en el Huerto de los Olivos y los apóstoles le prepararon un hermoso sepulcro por medio de un trabajador cristiano.

 Algunos pensaron que había ya muerto. Así se esparció la noticia de su muerte también en el extranjero.

 Pero la Virgen se recobró de ese estado de postración, y cobró nuevas fuerzas, de modo que pudo emprender el viaje de vuelta a Éfeso.

Murió allí después de año y medio de su llegada.

El sepulcro preparado en el huerto fue tenido en honor, y más tarde se edificó una iglesia sobre él.

San Juan Damasceno, así se me dijo en visión, escribió, según había oído decir, que murió en Jerusalén y fue sepultada allí mismo.

 He visto que fue voluntad de Dios dejar inciertos la muerte, el lugar de su sepultura y su Asunción a los cielos en aquellos tiempos primitivos de creencias incipientes, para no dar motivo a que hicieran de la Madre de Dios una diosa, como había tantas en las mitologías paganas.


Llegada de los apóstoles para la Muerte de María Santísima



Cuando la Virgen María sintió acercarse su fin sobre la tierra llamó en oración, según se lo había encargado Jesús, a los apóstoles junto a su lecho. Tenía ahora 63 años de edad.
Cuando nació Jesús tenía sólo 15 años.

Antes de su Ascensión. Jesús había enseñado a María, en la casa de Lázaro en Betania, como debía llamar a los apóstoles junto a sí y darles su última bendición que debía serles de gran provecho. Le encargó también diversos trabajos espirituales, cumplidos los cuales debían verse satisfechos sus vehementes deseos de reunirse con Jesús en el cielo.

 En esa ocasión Jesús había mandado a Magdalena que debía vivir en la soledad allá a donde la llevarían y a Marta que debía vivir en una comunidad de mujeres, y que Él, Jesús, estaría siempre con ellas.

Mediante la oración de María, los ángeles recibieron el encargo de avisar a los apóstoles dispersos que se juntaran en Éfeso junto a la Virgen María.

He visto que los apóstoles tenían erigidas en todas partes pequeñas iglesias provisorias de maderas entrelazadas o chozas de barro blanqueadas, hechas en la forma como veo la casa de María y su oratorio, es decir, por detrás terminadas en triángulo. Tenían altares para los divinos oficios.

Los largos viajes que hicieron no fueron sin especial ayuda de Dios. Aunque ellos no lo sabían explicar, yo veía que muchas veces hacían viajes imposibles sin ayuda sobrenatural. Los he visto muchas veces caminar entre multitud de paganos sin ser vistos por ellos.
Los prodigios que he visto obrar en sus misiones se me presentan algunos algo diferentes de lo que se sabe por los libros que los narran.

 Obraban en todas partes según las necesidades de los diversos pueblos. Los he visto llevar huesos de los profetas o de algunos primeros mártires y tenerlos delante de sí en la oración y en la celebración de los oficios divinos.

Pedro estaba con otro apóstol en Antioquía, cuando fue avisado de ir a Éfeso.

Andrés, que había estado hacia poco en Jerusalén. donde fue perseguido, no estaba lejos de Pedro.

He visto a Pedro y a Andrés en varios lugares de camino, no lejos uno del otro. Descansaban de noche en lugares abiertos de los países cálidos.

 Pedro estaba recostado junto a una pared cuando vi venir al ángel, que le tomó de la mano y le dijo que se levantase y partiese adonde estaba la Virgen esperándole y que en el camino encontraría a Andrés su hermano.

Pedro, que ya era de edad y postrado por los trabajos, se enderezó sobre sus rodillas, apoyándose en las manos y escuchó al ángel que le hablaba. Luego se puso de pie, echóse el manto encima, tomo su bastón y se encamino hacia afuera, pronto se encontró con su hermano Andrés que había tenido la misma visión. De camino encontraron a Tadeo, quien dijo haber recibido también aviso del ángel.

Así llegaron a Éfeso, donde hallaron a Juan, Judas Tadeo y
Simón se encontraban en Persa cuando recibieron el aviso del ángel.

El apóstol Tomás era de pequeña estatura y de barba rojiza; estaba más lejos que todos, y llegó después de la muerte de María.

Cuando el ángel le avisó, estaba el apóstol orando en una choza de barro y caña. Con un compañero muy sencillo lo he visto navegando los mares en una pequeña embarcación. Luego atravesó la comarca, sin entrar en ciudad alguna. Venía un discípulo con él.

Tomás estaba en la India cuando recibió el aviso. Se había propuesto, antes de recibir el aviso, penetrar en la Tartaria, y no podía resolverse a dejar su proyecto. Tenía el carácter de querer hacer siempre demasiado y así llegaba a veces tarde. Se internó más al Norte, a través de China, en las comarcas de Rusia. Aquí le alcanzo el segundo aviso y entonces se dirigió a Éfeso. El criado que tenía consigo era un tártaro, a quien había bautizado. Tomás no volvió a la Tarraria después de la muerte de María. Fue traspasado por una lanza en la India, adonde había vuelto. He visto que en estas comarcas levantó una piedra de recuerdo. Sobre ella había orado de rodillas, dejando la impresión encima. Dijo que cuando el mar llegase hasta esa piedra vendría otro misionero a predicar aquí la fe (San Francisco Javier).

Juan había estado hacia poco en Jericó, pues iba con cierta frecuencia a Tierra Santa, aunque vivía de ordinario en Éfeso y en los alrededores.

A Bartolomé lo he visto en Oriente. en el Asia. Era un hombre de bello aspecto y muy arriesgado. Su rostro era blanco: tenía la frente ancha, ojos grandes, cabellos negros y encrespados y barba Partida en dos. Había convertido a un rey y a su familia cuando recibió el aviso. Cuando volvió a ese país, fue martirizado por un hermano del rey convertido.

El apóstol Pablo no fue llamado, pues lo fueron solo aquéllos que habían conocido o eran parientes de la Sagrada Familia.


Pedro, Andrés y Juan fueron los primeros en llegar a la casa de la Virgen María, la cual, próxima ya a la muerte, estaba tendida en el lecho de su celda.




He visto que la criada de María se afligía: en un rincón y aun delante de la casa se echaba de cara al suelo, orando con grande aflicción y tristeza con los brazos levantados.

He visto acudir a dos parientes próximos de María y a cinco discípulos. Todos parecían muy cansados. Tenían bastones de viaje. Estos discípulos llevaban debajo del manto con capucha, la vestidura blanca de sacerdotes, cerrada por delante con cuerdas de cuero, formando rodetes como botones. Las capas y estas vestiduras sacerdotales eran recogidas hacia arriba cuando estaban de viaje. Algunos traían bolsos colgados de la cintura, Al encontrarse se abrazaron con mucho afecto. Algunos lloraban de alegría y de emoción al verse reunidos otra vez. Al entrar dejaban sus capas, bastones, bolsos y cinturones; sus largas vestiduras blancas les caían en pliegues hasta los pies. Ahora se ponen un cinturón ancho que tiene letras hebreas bordadas.

Luego se acercaron con reverencia al lecho de María para saludarla.

 La Virgen pudo decir pocas palabras. No he visto a estos viajeros tomar otro alimento que un liquido que bebían en recipientes que llevaban consigo. No dormían en la casa, sino afuera, en tiendas que se improvisaban junto a las paredes exteriores de la misma casa, con telas, mimbres y maderas entrelazadas y cubiertas con esteras.

 He visto que los primeros en llegar arreglaron, en la parte anterior de la casa, un lugar para celebrar la Misa y orar.

Se preparó un altar con tela roja y encima otra blanca donde colocaron un Crucifijo que parecía de madreperla, la cruz era como la de Malta. Esta cruz era como un relicario, pues se podía abrir y tenía cinco compartimentos en forma de la misma cruz. En uno el del medio, estaba el Santísimo Sacramento; en los otros estaban dispuestos el crisma, el aceite, el algodón y la sal. Era de apenas un palmo de largo y lo llevaban los apóstoles en sus viajes colgado del cuello.

Con este recipiente trajo Pedro la Comunión a María.

 Los demás apóstoles y discípulos se dispusieron en dos hileras desde el altar hasta el lecho de la Virgen y se inclinaron profundamente al paso del Sacramento.

El altar, donde se veía también un atril con rollos de las Escrituras, no estaba en el medio de la sala, donde se hallaba el hogar, sino al lado derecho de la pieza, y era removido al dejar de usarse.

Cuando los apóstoles se reunieron para despedirse, se había removido el tabique de separación.

Los apóstoles llevaban sus largas vestiduras blancas con el ancho cinturón con letras.

Los discípulos y las santas mujeres estaban alineados a los lados.

 He visto que la Virgen María estaba en su lecho sentada y que cada apóstol venia y se hincaba, y que María oraba, y con las manos cruzadas sobre la cabeza, los bendecía.

 Lo mismo hizo con los discípulos y las santas mujeres. Una, que se inclinó mucho sobre ella, fue abrazada.  

Cuando se acercó Pedro, he visto que tenía un rollo de Escritura en las manos. Habló la Virgen María a todos, en general; y esto lo hizo según lo que le había mandado Jesús en Betania.

He visto también que dijo a Juan cómo debían hacer con su cuerpo y que debía repartir los vestidos que quedaban a la criada y a las otras mujeres que a veces venían a ayudarla.

Señalo hacia el armario; he visto que la criada fue allá, abrió y volvió a cerrar.



Tránsito y sepultura de María


 


Se colocó el altar de rojo y blanco, delante de la Cruz del oratorio.

Pedro dijo la Misa tal como yo lo había visto hacer en el altar de Betesda. Sobre el altar ardían velas y no la lámpara. María se mantuvo sentada en su lecho durante el acto, en silencioso recogimiento.

 Pedro llevaba sobre su vestidura sacerdotal blanca, un palio rojo y blanco y la gran capa. Los cuatro apóstoles que le asistían estaban revestidos de sus capas de fiesta., después de comulgar, Pedro dio la Comunión a los demás.

Durante este acto llegó Felipe, que venía de Egipto. Recibió lloroso la bendición de María y luego, también, la santa Comunión.

Pedro llevo la Comunión a la Virgen María en la cruz que colgaba del cuello del apóstol.
Juan le llevó sobre un platillo el sagrado cáliz.

 Este cáliz era pequeño, de color blanco, como fundido, y se parecía al de la última Cena., su pie era tan corto que sólo
Con dos dedos se podía sostener., Tadeo traía un pequeño incensario.


Primero dio Pedro a la Virgen la Extremaunción: lo hizo como se hace hoy.


 Luego le dio la santa Comunión, que María recibió derecha, sobre su lecho, sin apoyarse.

Después se recostó y tras la breve oración de los apóstoles recibió el cáliz de manos de Juan, erguida un tanto sobre su lecho, aunque no tanto como cuando recibió la Comunión bajo la especie de pan. Después de la Comunión ya no habló María. Tenía vuelto hacia arriba su rostro, hermoso y fresco, como en su juventud.



Yo no veía el techo de su habitación: la lámpara colgaba en el aire.

Una senda de luz se dibujo desde María hacia la Jerusalén celestial y hasta el trono de la Santísima Trinidad.

A ambos lados de esta senda luminosa había caras de innumerables ángeles.

María levantó sus brazos hacia la celeste Jerusalén y el cuerpo se levantó tan alto sobre el lecho, que yo veía perfectamente todo lo que había debajo. Parecía que salía de ese cuerpo una figura resplandeciente que extendía sus brazos hacia lo alto.




Los dos coros de ángeles cerraron por debajo ese nimbo de luz y subieron en pos del alma de María, separada de su cuerpo, que se inclinó suavemente, con los brazos cruzados sobre el pecho, en la cama desde la cual se efectuó su caprichoso tránsito.

Muchas almas de santos, entre las cuales reconocí a varias, vinieron a su encuentro. Allí estaban José, Ana, Joaquín, Juan el Bautista, Zacarías e Isabel.

María se elevó entre estas almas hasta el encuentro de su divino Hijo, cuyas llagas brillaban más que la luz, envolviéndolo todo.



Jesús recibió a su Madre y le entregó el cetro, señalando el universo a su alrededor. En el mismo momento he visto algo que mucho me consoló: salían muchas almas del Purgatorio en dirección al Cielo. Tengo la seguridad de que cada año, en el día de su Asunción, muchas almas devotas de María reciben la liberación de sus penas y suben al Cielo.

En cuanto a la hora del tránsito de María, se me indicó que era la hora nona, en la cual murió también su divino Hijo.

Pedro y Juan deben haber visto esta glorificación de María, pues noté que tenían los ojos elevados a los cielos, mientras las demás personas estaban postradas inclinadas hacia la tierra. 




El cuerpo de María estaba resplandeciente, como en tranquilo reposo, con los brazos cruzados sobre el pecho, y tendido en su camilla, mientras los presentes, de rodillas, oraban con fervor y lágrimas en los ojos.



Más tarde las santas mujeres cubrieron el cuerpo con una sábana.

Reunieron todos los objetos de uso en una parte y lo taparon todo, hasta el hogar.

Luego se cubrieron con sus velos y oraron largo tiempo, ya de rodillas, ya sentadas, en la primera sala.

Los apóstoles se cubrieron la cabeza con la capucha que traían y se ordenaron para rezar en coro.

 Dos de ellos se hincaron a la cabecera y a los pies del lecho.

 He visto que durante el día se turnaron cuatro veces y que los apóstoles recorrieron el Vía Crucis de María.

Mientras tanto Andrés y Matías estaban ocupados en preparar la sepultura, la cueva que María y Juan habían dispuesto como sepulcro de Jesús al final de las estaciones del Vía Crucis.

 Esta gruta no era tan grande como la de Jesús. Tenía apenas la altura de un hombre y delante un jardincito cercado con estacas.

Un sendero llevaba hacia la gruta donde había una piedra ahuecada para recibir el cuerpo, con una pequeña elevación donde descansaría la cabeza.

 La estación del monte Calvario estaba en la colina de enfrente; no había allí una cruz visible, sino sólo grabada en la piedra.

Andrés, especialmente, trabajó mucho en esta obra, y colocó una puerta delante del sepulcro.

El sagrado cuerpo fue preparado por las santas mujeres para la sepultura.

Entre estas mujeres recuerdo a una hija de Verónica y a la madre de Juan Marcos.
Trajeron hierbas olorosas y esencias, y procedieron al embalsamamiento de acuerdo con la costumbre de los judíos.

Cerraron las puertas y se servían de luces en su trabajo., cerraron también el tabique de división de la cámara de María y despejaron esa división para tener más espacio.

 Los tabiques y esteras que dividían el lecho de María fueron quitados por la criada, como también el armario de los vestidos.

Sólo quedo el altar delante del Crucifijo de la Virgen, en el oratorio, y así todo ese espacio quedó convertido en una iglesia, donde los apóstoles podían rezar y celebrar los divinos oficios.


Mientras las santas mujeres preparaban el sagrado cuerpo para la sepultura, los apóstoles oraban en coro, parte en la primera sala y parte afuera, Las mujeres procedían en su trabajo con la reverencia con que debían tratar tan sagrado cuerpo.

Lo hicieron con el mismo cuidado con que habían tratado el sagrado cuerpo de Jesús.

 El sagrado cuerpo de María fue colocado con su vestidura en un canasto, hecho según la forma del cuerpo, de tal modo que este sobresalía del cajón, , El cuerpo era blanco, luminoso, tan liviano y espiritualizado que se levantaba con toda facilidad. 

El rostro era fresco, rosado y juvenil.

Las mujeres cortaban los cabellos para conservar reliquias de la Virgen.

 Pusieron plantas olorosas en torno del cuello y la cabeza, bajo los brazos y en las axilas. Antes de que pusieran sobre el cuerpo revestido de blanco, otras telas blancas para envolverlo todo, San Pedro celebró, delante del sagrado cuerpo, la santa Misa, y dio a los apóstoles la Comunión.

Después se acercaron Pedro y Juan con sus capas magnas de fiesta.

Juan sostenía un recipiente con oraciones, bálsamo, y Pedro ungió todavía, en forma de cruz y aceite y la frente, las manos y los pies del sagrado cuerpo, y luego las santas mujeres lo envolvieron todo con sábanas blancas.

Sobre la cabeza pusieron una corona de flores blancas, rojas y azul celestes, como símbolo de su virginidad. 


Sobre el rostro pusieron un género transparente, de modo que se pudiera ver la cara.
 Los brazos estaban cruzados sobre el pecho, y los pies, rodeados de hierbas olorosas, cubiertos con un genero transparente, así preparado el sagrado cuerpo, fue puesto finalmente en un cajón de madera blanca, con una tapa que por arriba, por el medio y por debajo se podía sujetar al cajón. Este cajón se colocó sobre unas andas.

Todo se hizo con cierta solemnidad y emoción tranquila; el duelo también fue con mayor exterioridad y muestras de dolor que en la sepultura de Jesús, donde hubo mezcla de miedo y de apresuramiento por causa de los enemigos.




Para llevar el sagrado cuerpo hasta la gruta, como a media hora de camino, procedieron de este modo: Pedro y Juan levantaron el cuerpo de sobre las andas y lo llevaron hasta la puerta de la casa allí, puesto de nuevo sobre las andas, lo cargaron en sus hombros, seis de ellos se alternaban en llevar el sagrado depósito.

El sagrado cuerpo colgaba de entre las barras de las andas, corriéndolas entre correas y esteras, como una cuna. Delante de esta procesión iban parte de los apóstoles rezando y las santas mujeres detrás, cerrando el cortejo.

 Llevaban antorchas metidas en unas calabazas y levantadas sobre palos largos., llegados a la gruta depositaron las andas, los apóstoles introdujeron el cuerpo y lo depositaron en el hueco cavado de antemano.

Todos desfilaron una vez más delante de los sagrados despojos para rezar y honrarlos. Luego cubrieron toda la sepultura con una estera, delante de la gruta cavaron un hoyo y trajeron una planta bastante grande con sus raíces y sus bayas, la plantaron profundamente y la regaron abundantemente para que nadie entrara por delante en la gruta. Sólo podía llegarse a ella por los lados, por entre los matorrales.



La gloriosa Asunción
De
María Santísima


En la noche de la sepultura sucedió la Asunción de la Virgen al cielo con su cuerpo. He visto a varios apóstoles y mujeres esa noche rezando ante la gruta o mejor dicho, en el jardincito delantero.

He visto bajar del cielo una senda luminosa y tres coros de ángeles rodeando el alma de María, que venía resplandeciente a posarse sobre la sepultura.

Delante del alma venia Jesús con sus llagas luminosas.

En la parte interior de la gloria donde estaba el alma de María, se veían tres coros de ángeles, la más interior parecía de caras angelicales de niños pequeños; la segunda hilera eran caras de criaturas de seis a ocho años, y la mas exterior eran de jóvenes. Sólo se distinguían bien los rostros: el resto del cuerpo era como una estela luminosa algo indeterminada.

En torno de la forma de la cabeza de María había una corona de ángeles, no podría decir qué es lo que veían los presentes; yo sólo veía que miraban arriba, llenos de admiración y emoción.

A veces, llenos de maravilla, se echaban con los rostros al suelo.

Cuando  esta aparición se hizo más clara y se poso sobre el sepulcro, se abrió una senda desde allí hasta la celeste Jerusalén.

El alma de María, pasando delante de Jesús, penetró a través de la piedra en el sepulcro; luego se alzó de allí con su cuerpo, resplandeciente de luz, y se dirigió triunfante, con el angélico acompañamiento, a la celeste Jerusalén.

Cuando días después estaban los apóstoles rezando en coro, llegó el apóstol Tomás con dos acompañantes,  Era uno el discípulo Jonathán, Eleazar y un criado del país de los Reyes Magos.

Tomás quedo muy afectado al oír que María había sido ya depositada en su sepulcro.

 Lloró amargamente y no podía consolarse de haber llegado tan tarde, con su discípulo Jonathán se echó de rodillas, llorando muy afligido, ante el lugar donde había sido el tránsito de María, también oró delante del altar allí erigido.

Los apóstoles, que no habían interrumpido su canto coral de los salmos, acudieron entonces; lo alzaron con cariño, lo abrazaron y le ofrecieron pan, miel y alguna bebida.

Después lo acompañaron, llevando luces, al sepulcro.

Dos discípulos apartaron las ramas del arbusto, Tomás y Eleazar oraron delante del sepulcro, Juan abrió las tres pretinas que cerraban el cajón, dejaron la tapa de un lado y vieron, con gran maravilla, el sepulcro vacío.

Sólo estaban allí las sábanas y las telas con las que habían envuelto los sagrados restos.

Todo estaba en perfecto orden. La sábana estaba corrida por la parte del rostro y abierta por la parte del pecho, las ataduras de brazos y manos aparecían abiertas, puestas en buen orden.

Los apóstoles alzaron las manos llenas de gran admiración, y Juan grito: "No está más aquí".



Los demás se acercaban, miraban, lloraban de alegría y admiración; oraban con los brazos levantados y los ojos en lo alto, y se echaban al suelo pensando en la luz que habían visto la pasada noche. Luego tomaron todos los lienzos y el cajón consigo, como reliquias, y llevaron todo hasta la casa, orando y cantando salmos en acción de gracias.

Cuando llegaron a la casa, puso Juan las telas dobladas delante del altar, Tomás y los demás rezaban, Pedro se apartó un tanto, preparándose para los misterios, luego lo vi celebrar la Misa delante del Crucifijo de María, y a los demás apóstoles detrás de él, en orden, orando y cantando. Las mujeres estaban junto a la puerta y cerca del hogar.

El criado de Tomas tiene aspecto de extranjero: ojos pequeños, los huesos de las mejillas alzados, frente y nariz hundidas y color moreno., ya estaba bautizado y era sencillo en su modo de ser, muy rendido y humilde, hacia todo lo que se le ordenaba: quedaba de pie o se sentaba conforme le decían; volvía los ojos adonde se le indicaba; iba y venía según le mandaban, y a todos sonreía.

 Cuando vio que Tomas lloraba, lloró también él. Fue inseparable compañero y ayuda de Tomás, y lo he visto alzar piedras muy grandes cuando Tomás edificaba alguna capilla.

A los apóstoles los veo con frecuencia reunidos contando en qué países estuvieron de misión y lo que les pasó en ellos.

Antes de separarse los apóstoles para volver a sus respectivos países, fueron a la sepultura, cavando y echando tierra e impedimentos hicieron imposible el acceso a la gruta. De una parte de esta dejaron un acceso hasta la pared con un pequeño boquete para mirar adentro.

Este sendero era conocido sólo de las santas mujeres que habitaban allí.
Sobre la gruta erigieron una capilla con maderas y esteras, cubierta con colgaduras, el pequeño altar interior era de piedra con una grada también de piedra, detrás del altar colgaron una tela donde estaba bordada la imagen de María en su vestido de fiesta.




El jardincito fue transformado, como asimismo las estaciones del Vía Crucis y recorrido entre rezos y cánticos.

El espacio donde había tenido la Virgen su Crucifijo, su altar y su dormitorio fue transformado en iglesia.
 La criada de María ocupó la pieza delantera y Pedro dejo allí a dos discípulos para cuidar a los cristianos que vivían en los contornos.


Los apóstoles se despidieron, después de abrazarse una vez más y de haber celebrado la Misa en la pieza de María.
Algunos volvieron más tarde, según la ocasión, a este lugar para rezar, he visto que en algunos lugares los fieles erigían capillas imitando la forma de la casa de María y que el Vía Crucis y el oratorio de su sepultura eran muy visitados en años posteriores por los primitivos cristianos.

Tuve una visión referente a la devoción a María en los tiempos primitivos.

 Una mujer de las cercanías de Éfeso tenía gran devoción a la Virgen, y habiendo visitado su casa y visto el altar, mando hacer uno semejante en su casa, el cual lo cubría con un tapiz de muy subido precio.

 Años después la mujer empobreció y tuvo que vender parte de sus posesiones, llegó su necesidad al punto de verse obligada a vender el hermoso lienzo del altar de María, y lo hizo a una mujer cristiana casada cuando llegó la fiesta de la Asunción se conturbo mucho por no tener aquel hermoso lienzo con que adornar el altar de la Virgen con esta aflicción se determino ver a la mujer que le había comprado el lienzo, pidiéndole se lo prestara, sólo por el día, para adornar el altar de María.

 Esta mujer, que había tenido dos criaturas gemelas, no quiso acceder a su petición, y el marido llego a decir:

 "María está muerta y no necesita esta prenda; en cambio mi mujer, que la ha comprado, la necesita".

La piadosa mujer se alejó muy contristada y expuso su pena a la Virgen. Esa misma noche vi lo que paso en casa de aquella familia se les apareció la Virgen, con rostro airado, y les dijo que en castigo de su dureza para con la pobre mujer, morirían sus dos hijos gemelos y ellos se verían reducidos a mayor miseria que la de la pobre mujer, los dos despertaron con cierto temor, aunque lo tuvieron por un simple sueño al principio pero grande fue su espanto cuando encontraron a sus dos hijos muertos, recién entonces reconocieron su grave culpa, y el hombre fue con mucha humildad a presentar a la mujer pobre la tela pedida para la fiesta de María  y así obtuvieron que no se realizara la otra parte del castigo con que se les había amenazado.

En la casa sólo queda Juan Evangelista; los otros han partido, vi a Juan, en cumplimiento de la orden de la Virgen Santísima, repartiendo la ropa, que había dejado la Virgen a la criada y a otra mujer que venía con frecuencia a ayudar en los quehaceres de la casa.
En el armario se encontraron algunos objetos procedentes de los tres Reyes Magos, vi dos largas vestiduras blancas, varios velos, colchas y algunas alfombras, Vi también aquel vestido listado que María había llevado en las bodas de Cana y que se ponía cuando hacia el Vía Crucis. De este vestido poseo un trocito. Algo de ello fue a la Iglesia. Así se pudo hacer un adorno sacerdotal para la iglesia de Betesda con el hermoso velo nupcial de color celeste, bordado de oro y sembrado de rosas.

 En Roma quedan todavía reliquias de esta prenda yo las veo allí, pero ignoro si alguien conoce estas reliquias.


María llevó estas prendas en la época de sus esponsales y nunca más después, todas estas cosas se hacían silenciosamente; todo procedía bien y en secreto, pues no había aun esa agitación, esa inquietud tan propia de nuestros tiempos.

 La persecución no había llegado a desarrollar la red de espionaje y todo se hallaba aun en paz en torno de la comunidad cristiana.


 






















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