lunes, 2 de febrero de 2015

2 DE FEBRERO, FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO EN EL TEMPLO Y LA PURIFICACIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA


LA MATERNIDAD es el privilegio exclusivo con que Dios ha bendecido a la mujer, y esto no se puede pagar; por esta dignidad y por esta naturaleza delicada de la mujer, debe ser tratada con atenciones y delicadeza.



Hoy celebramos la Presentación de Nuestro Señor. Recordamos que Cristo es la Luz del mundo presentada por su Madre en el Templo para iluminar a todos como la vela o las candelas, de donde se deriva la advocación de la Virgen de la Candelaria, a quien también festejamos en este día.




En levítico 12, 2-5 dice: “Habla a los hijos de Israel y diles: La mujer cuando conciba y dé a luz varón, será inmunda siete días; conforme a los días de su menstruación será inmunda.

Y al octavo día se circuncidará al niño.

Mas ella permanecerá treinta y tres días purificándose de su sangre; ninguna cosa santa tocará, ni vendrá al santuario, hasta cuando sean cumplidos los días de su purificación.

Y si diere a luz hija, será inmunda dos semanas, conforme a su separación, y sesenta y seis días estará purificándose de su sangre.”




«Ceremonia de recepción de la madre en la iglesia»
«Bendición de las mujeres después de dar a luz»
o rito «benedictio mulieris post partum»

Si seguimos esta lógica de utilizar velo o mantilla, la cual apunta al misterio de la mujer, entonces podemos comprender apropiadamente la bendición que se les da después de que han dado a luz.


Este sacramental no sólo es un acto de agradecimiento, sino una purificación.


Ahora, la purificación no se refiere en el sentido de limpiar un objeto sucio, sino de limpiar algo que está santificado y volverá a utilizarse.

En la santa Misa, después de la Comunión, el sacerdote purifica el cáliz, él no hace esto porque el cáliz esté sucio sino,  porque Dios ha estado ahí.

Así la mujer es purificada, no porque esté sucia, sino porque Dios ha entrado en ella, ha tocado su útero y a través de ella ha colocado otra alma inmortal en el mundo.


Para concluir, en mi opinión todas las mujeres deberían llevar velo o mantilla sobre la cabeza durante la santa Misa, como un signo visible y testimonio de su exclusivo privilegio y dignidad.
Si todas las mujeres comprendieran mejor esto, creo que ellas se valorarían más y apreciarían mejor su exclusiva naturaleza maternal… la cual ha sido muy atropellada, abandonada y combatida en nuestros días. Además, si toda mujer reconociera este, su exclusivo privilegio, defenderían su dignidad protegiéndose contra la vestimenta inmodesta, evitando las malas compañías y los lugares perniciosos, y aborrecerían ser reducidas a ser el juguete de las bajas pasiones varoniles. Por estas razones, si toda mujer comprendiese el sagrado misterio de su condición de mujer, ellas portarían feliz, ansiosa y honrosamente el velo o mantilla cada vez que asistieran a Misa, y un gran bien retornaría hacia este pobre mundo que se encuentra sumido en profundas tinieblas, por reconocer el verdadero y feliz propósito de la vida.

La Presentación de Jesús en el Templo

 

El día 2 de febrero la Santa Iglesia contempla y celebra en su Liturgia el misterio de la Presentación de Jesús en el Templo de Jerusalén (cuarto misterio gozoso del Santo Rosario). Misterio, sí, porque acontece mucho más de lo que se ve con la sola razón y su alcance es universal: afecta a toda la Humanidad, como todos los actos de la vida de Dios Hijo, Jesucristo. Tratemos de ahondar un poco en algunos aspectos del relato de Lucas.

“Y cumplidos los días de su purificación según la Ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está mandado en la Ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor; y para presentar como ofrenda un par de tórtolas o dos pichones, según lo mandado en la Ley del Señor. Había por entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón. Este hombre, justo y temeroso de Dios, esperaba la consolación de Israel, y el Espíritu Santo estaba en él. Había recibido la revelación del Espíritu Santo de que no moriría antes de ver al Cristo del Señor. Así, vino al Templo movido por el Espíritu. Y al entrar con el niño Jesús sus padres, para cumplir lo que prescribía la Ley sobre él...”   (Lc 2, 22-24)

Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón. Este hombre, justo y temeroso de Dios, esperaba la consolación de Israel, y el Espíritu Santo estaba en él. Había recibido la revelación del Espíritu Santo de que no moriría antes de ver al Cristo del Señor. Así vino al Templo movido por el Espíritu. Y al entrar con el niño Jesús sus padres, para cumplir lo que prescribía la Ley sobre él, o tomó en sus brazos, y bendijo a Dios diciendo:

Ahora Señor,
puedes sacar en paz de este mundo a tu siervo,
según tu palabra:
porque mis ojos han visto a tu Salvador,
al que has puesto ante la faz de todos los pueblos,
como luz que ilumine a los gentiles
y gloria   de  Israel, tu pueblo.

Su padre y su madre estaban admirados por las cosas que se decían acerca de él. Simón los bendijo, y dijo a María, su madre: Mira, éste ha sido puesto para ruina y resurrección de muchos en Israel, y para signo de contradicción y a tu misma alma la traspasará una espada , a fin de que se descubran los pensamientos de muchos corazones.

Vivía entonces una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era de edad muy avanzada, había vivido con su marido siete años de casada, y había permanecido viuda hasta los ochenta y cuatro años, sin apartarse del Templo, sirviendo con ayunos y oraciones noche y día. Y llegando en aquel mismo momento alababa a Dios, y hablaba de él a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.

Cuando cumplieron todas las cosas mandadas en la Ley del Señor regresaron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. "El niño iba creciendo y fortaleciéndose lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba en él.”


En esa época cuando nacía el primogénito era llevado a los cuarenta días al Templo para su presentación, así como lo describe la Ley de Moisés, por eso desde el 25 de diciembre que se celebra el nacimiento del Verbo encarnado al 2 de febrero, José y María cumplieron con llevarlo a consagrar.


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